¿Qué vas a encontrar en este post?
Correr una maratón siempre son palabras mayores. Correr los 48 kilómetros de los 101 peregrinos por segunda edición, le añade un extra de presión.
Si estás leyendo esto supongo que ya sabes de qué te voy a hablar así que ¡comencemos!
Como muchos sabéis, el trail es una de mis pasiones y sin duda mi disciplina favorita. Puedo decir que cuando pasan varias semanas sin practicarlo, ya siento que me duele la espalda y no me encuentro bien. ¿Será que lo necesito para vivir?
El caso es que en los últimos meses mis entrenamientos han decaído en picado. ¿El motivo? Trabajo+Máster. Y como seguro que os ha pasado a todos alguna vez, las prioridades a veces cambian y las mías, hasta mayo de este año, han sido esas.
Pero en Navidad del año pasado, algunos de mis compañeros decidían apuntarte a los 101 Peregrinos en su versión MTB y claro, a mí ya me habían puesto los dientes largos.
Únete al resto de la familia
Recibe las últimas novedades y contenido exclusivo.
(Nada de spam, prometido. Yo también lo odio)
Sí, obviamente, caí. Y caí de nuevo en los 48 kilómetros de la maratón que ya dos años atrás había corrido y sobre la que te hablaba AQUÍ. Y si quieres algunos consejillos de cara a este tipo de distancias, también puedes echarle un ojo a ESTE POST.
El viernes llegábamos ya de noche a Ponferrada para recoger los dorsales. Habría estado bien descansar unas horas porque el sábado pintaba que iba a ser largo. Aún estando cansada, creo que apenas pude dormir 5 horas. Y no era cosa de los nervios, porque si había una clara diferencia con respecto a la carrera de hace dos años es que no estaba nada nerviosa.
Perfil maratón
Sábado 6:30, suena el despertador. Ducha rápida y preparación de todo el equipamiento que nos va a tocar cargar durante unas cuantas horas. Café, tostadas, fotos de rigor, miles de personas en la salida y la guinda del pastel: @contadordekm disfrazado de templario. No podía ser mejor.
Pero aquí llega el fallo gordo que no había comentado hasta ahora: no había entrenado lo suficiente. Y siendo sinceros, con suficiente me refiero a nada. Por supuesto no me siento orgullosa de ello y siempre he defendido que para estas carreras de resistencia hay que estar muy bien entrenado así que lo tenía claro: correría y caminaría cuando no pudiera más y abandonaría si mi salud se viera en riesgo.
A las 8:30 am comenzaban a salir las bicis. Me despedí de mis compañeros, nos deseamos suerte y 15 minutos después, nos tocaba el turno.
Ya me conocía el recorrido y sabía que me esperaban muchas horas por el monte así que en mi cabeza solo había una estrategia: correr a miritmoslow y en las subidas, caminar.
«A priori» eso era lo que tenía en mente. Solo pensaba en terminar bien y contenta. Disfrutarla.
Días antes había llovido y nevado así que os podéis hacer una idea de cómo estaba el monte en el momento en el que dejamos la ciudad. Solo deciros que a los pocos kilómetros comenzamos a adelantar a unas cuantas bicis que estaban atascadas en un barrizal increíble.
Aquí sumé unas cuantas posiciones porque hace mucho que no le temo al barro y sobre todo a mancharme. Metí los pies de lleno en el barro y me despedí de los chicos con los que había salido en Ponferrada. (En el siguiente barrizal perdí la zapatilla derecha que quedó atascada en el barro y me tocó volver a por ella).
Y de repente ¡sorpresa! Me encuentro a mis compañeros Pablo, Anxo, Javi y Nerea en el kilómetro 15. Menudo chute de energía. En esos momentos me encontraba bastante bien pero siempre consciente de los kilómetros que quedaban. Pude charlar unos minutos con ellos y recargué la sonrisa para seguir un buen rato más.
Eran en torno a las 11 de la mañana y hacía un día estupendo. El sol aún no calentaba y se corría de maravilla. Me uní a otra chica con la que corrí otros cuantos kilómetros más hasta el tercer avituallamiento dónde volvimos a separarnos porque yo apenas había parado en ninguno. Rellenaba bidones, un trocito de naranja y a seguir. Tenía claro que no quería parar más de lo necesario porque podía implicar bajón o apalancamiento y prefería seguir.
En el Km 20 tomé una pastilla de sal, algo que ya añadí en la Maratón de los Pirineos y que me fue muy bien. Todos sudamos corriendo pero creedme cuando os digo que yo sudo x2 así que no quería fallar en eso porque tampoco había frutos secos y yo no soy de tomar geles ni bebida isotónica. Cada uno tiene sus manías y yo solo quiero agua en carrera, fruta y por supuesto, queso con membrillo (en la 101 por desgracia, no había).
En el km 24 mi cabeza me decía: lo tienes. Ahora solo hay que descontar hacia abajo. (Sí, claro, ya tenemos más de una media maratón pero ¡nos queda otra!).
El sol empezó a calentar y recordé que no me había puesto protector solar. ¡Qué gran error! Por suerte llevaba visera y manguitos. Pero el calor empezó a hacer de las suyas. Mi tiempo perfecto para correr es primavera-otoño con temperatura fresca y a ser posible nublado. El sol y la lluvia me matan.
Paisaje durante la carrera
Y de repente estábamos en el km 30. ¿Ya? Las ampollas iban controladas, las rodillas no me dolían y solo estaba sufriendo por el calor. Tomé otra pastilla de sal, rellené bidones en el siguiente avituallamiento (aquí ya debía llevar como 4 litros de agua bebidos sin exagerar) y a trote cochinero descansando un poco me dije: vamos a por el km 37 y los últimos 10…¡con el corazón!
Qué bien queda eso de «correr con el corazón». Queda muy bonito pero os digo una cosa: es mentira. Si «petas», por mucho corazón que le pongas, las piernas te dicen «hasta aquí» y se acabó.
Sin prisa pero sin pausa, llegué al km 37 y lo que hasta entonces había sido tranquilidad y un reto solo contra mí misma por acabar la carrera en buen estado y bien, se convirtió en un: «irene tienes a un corredor delante, ¡a por él!».
Yo corro despacio pero cuando veo a alguien delante, a veces soy un «pelín» competitiva y mirando el reloj pensé: bueno, me quedan menos de 10 kilómetros, vamos a intentar apretar un poco. Y ya veréis unas líneas más abajo de lo que sirvió.
Llegamos al km 40. ¿En serio? Camino de una maratón. Ahora ya no podemos parar. Lo que antes en mi cabeza eran tramos de 5 kilómetros, se habían convertido en retos de 2 kilómetros, subir esta cuesta corriendo, bajar la otra del tirón…
Y tras casi 8 horas de carrera a pleno sol, en el kilómetro 47 entramos en el pueblo: Puente de Domingo Flórez. ¡Ya estaba hecho!
Miraba el reloj y no me lo podía creer. Veía la meta. Llegaba cansada pero contenta. Con dolor de pies por las piedras y una suela ligeramente gastada. Pero feliz.
Medalla y un buen plato de macarrones como premio. ¿Qué más podía pedir? Lo había conseguido un año más, sin nervios e infinitamente mucho mejor preparada a nivel mental. Ese había sido mi gran logro de verdad. Ser capaz de pasar 8 horas en la montaña y disfrutarla sin miedo alguno a perderme o pasarlo mal.
Una buena ducha caliente, vuelta a Ponferrada y ¿cómo?
¿Recordáis líneas atrás cuando os decía que quería apretar un poquito? Dos minutos después de llegar a meta, llegaba la cuarta clasificada. Puede que si en ese momento no hubiera salido mi vena competitiva, ahora estuviéramos hablando de un cuarto puesto. ¿Quién sabe?
Mi tercera maratón de montaña y muy disfrutada. Aún a pesar de parecer Chiquito de la Calzada al día siguiente, repetiría una y mil veces y sigo tan enamorada del trail como el primer día. Creo que no solo tengo mi disciplina favorita sino también la distancia.
¿A por qué reto vamos ahora?
Gracias por leer 😉
Test de producto: BASE 25, vaselina deportiva