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El pasado sábado tenía lugar una de esas carreras míticas que tienes apuntadas en el calendario pero a las que por unas cosas y otras nunca terminas de apuntarte: 101 Peregrinos.
Hace varios meses, mi compañero Crispín, veterano ya en la modalidad de 101 kilómetros Peregrinos MTB me comentaba que existía la versión de trail: 48 kilómetros. ¿48? ¿Más de una maratón corriendo por el monte? ¿Estamos locos?
Sí, claro, ilusa de mí, descarté esa opción al momento para horas después sopesarlo mejor y casi sin darme tiempo a “repensarlo” ya me había apuntado. Era el mes de octubre de 2016 y me esperaban por delante casi 6 meses de entrenamiento en los que prepararme para afrontar el que iba a ser EL RETO.
El camino de Santiago de invierno lo llaman, por el Bierzo. Miles de personas participantes entre ciclistas y corredores y una auténtica fiesta. Esa fue la descripción corta que me dieron de todo lo que me esperaba.
En la modalidad de 48 kilómetros tendría un máximo de 12 horas para finalizar el recorrido circular, con salida desde Ponferrada. Caminos, pistas y sendas. Un recorrido especial plagado de voluntarios y espontáneos animando en los diferentes pueblos que tocaba atravesar.
Se trataba de la primera carrera en la que debía cumplir con un mínimo de material obligatorio: móvil con batería cargada, al menos medio litro de líquido, gorra para el sol, manta térmica…
Y no os voy a engañar, cuando leía la larga lista de cosas imprescindibles, la cosa imponía mucho.
Con la inscripción en el bolsillo y la mochila a cuestas, mis compañeros Anxo, Antonio, Crispín y yo aterrizamos en Ponferrada el viernes por la noche directos al pabellón dónde recogeríamos los dorsales.
Hacía mucho que no me ponía nerviosa las horas antes de correr un trail pero ese día me encontraba especialmente intranquila. Bueno, 48 kilómetros. ¿Hace falta decir algo más? Mis distancias no habían superado los 25-27 kilómetros además de una tirada larga de 30 en los días previos a los 48 k y en asfalto, huyendo de las cuestas, con lo que estar nerviosa creo que era comprensible.
¿Si me veía capaz de terminar la carrera? Sí. Para qué negarlo. Me había preparado y aunque era consciente de que no era precisamente la corredora más rápida, sabía que era resistente y ese era mi objetivo principal: ser capaz de aguantar 48 kilómetros de carrera en menos de 12 horas sin necesidad de pasarlo mal.
No me gusta sufrir pero es cierto que para superarnos y dar cada vez un pasito más allá, toca sufrir un poco. Algo que evidentemente no tiene nada que ver con correr con cabeza y saber abandonar a tiempo cuando el cuerpo dice stop.
Con nuestros dorsales a cuestas y la cena en la barriga, tocaba preparar el material e intentar dormir. Sí, intentarlo. Porque de las 6-7 horas que me habría gustado dormir, apenas aproveché 5 y es que los nervios me comían por dentro.
Sonaba el despertador a las 6:30 de la mañana pero yo ya llevaba un buen rato despierta. Ducha rápida para espabilarme un poco y café con tostadas para cargar fuerzas. Contaba esta vez con equipación específica de trail por parte del equipo de Inverse: camiseta técnica y cinta orejera térmica que me vino estupendamente para el frío que nos recibía ese día en Ponferrada. Era la primera vez que corría con equipación específica de trail y lo cierto es que ¡pintaba fenomenal!
En la zona del pabellón de salida era imposible contabilizar la cantidad de ciclistas, corredores y acompañantes que esa mañana se agolpaban para dar la bienvenida a la VIII edición de los 101 Peregrinos. El primer turno de salida se lo llevaron las bicis par, media hora después, escuchar el pistoletazo de salida y ¡correr! Era nuestro turno.
Es imposible describir la sensación que sentí en la salida. Realmente no me terminaba de creer que me estaba enfrentando a mi primera maratón de montaña. En mi cabeza solo había pensamientos como “¿Tengo que correr dos medias maratones?¿Y qué voy a hacer cuando me sienta sola corriendo?”
Salí pensando en mi familia, en mis amigos, mi pareja, en todas aquellas personas que con sus mensajes de ánimo y apoyo me habían ido alegrando el camino los meses previos y sobre todo pensaba en disfrutar. Adoro la montaña y hacía un día estupendo. ¡Solo había que dejarse llevar!
Los primeros 10 kilómetros pasaron literalmente volando. Cuando quise darme cuenta ya iba camino de los 21 kilómetros y me encontraba realmente bien. Los ánimos de la gente y de los voluntarios en carreras así son un apoyo fundamental y más cuando decides enfrentarte a esta distancia solo.
En torno al km 17 comenzaba la subida. Unos kilómetros antes, el grupo de 101 y 48 k era dividido y entonces sí que me sentí totalmente sola. La gran masa de corredores se había extendido demasiado y era difícil ver a alguien delante o detrás.
Reconozco que la subida fue dura pero mentiría si no dijera que he vivido subidas más duras en otros trails. El problema me llegó al realizar gran parte del recorrido sola y dejar que la cabeza quisiera ganarme el pulso: “Irene, llevas 21 kilómetros. Aún te quedan algo más de 27. ¿Estás segura?”.
Pero entonces llegó ELLA. La llevaba esperando 7 eternos kilómetros. LA BAJADA. Creedme si os digo que durante varios kilómetros de bajada en los que perdí la cuenta de los corredores que adelanté, fui feliz. Recuerdo a varios senderistas con los que me crucé y a los que casi atropello porque no podía frenar. Una vez los dejé atrás, a lo lejos escuchaba: “Ánimo Amazonas!” Tampoco puedo describiros la emoción de ese momento pero sí deciros que si la batería la tenía cargada al 70%, en ese momento volví a sentirme al 100%.
A partir de entonces decidí no pensar en 48 kilómetros sino en franjas de 5. Llevaba 25 kilómetros encima y mi siguiente meta eran los 30. Una vez pasados, llegaron los 35 y cuando me quise dar cuenta ya estaba camino de los 40.
¿40 kilómetros? ¿En serio? No me lo creía. Tenía los nervios tan a flor de piel, unas ampollas tamaño XL, y unas rozaduras de tal calibre que de repente exploté y me puse a llorar. No pude contener la emoción. Volvía a encontrarme sola corriendo y escuchaba los mensajes de audio que los amigos me enviaban animándome y apoyándome y no pude contener las lágrimas.
En el kilómetro 40 llamé a Pablo: “Ya casi estoy pero no puedo más”. Apenas pude decir algo más porque me dolía todo y solo necesitaba a alguien al otro lado que me dijera “venga, que ya no queda nada, aunque sea termina caminando”.
Solo quedaban 8 kilómetros. Solo 8. Y a pesar de que había zonas de mi cuerpo que literalmente tenía en carne viva del roce, no sé de dónde saqué las fuerzas para visualizar la meta. Corriendo y caminando, como pude, escuchaba a lo lejos al speaker Contador de Kms que me animaba a pegar el último sprint.
Y crucé la meta. Crucé esos 48 kilómetros que meses antes me parecieron imposibles. Crucé la meta entre los aplausos de todas aquellas personas desconocidas pero a las que quería abrazar una a una. Y con mi medalla y camiseta de finisher rompí de nuevo a llorar pensando en lo que acababa de conseguir.
¿Si conseguí llegar antes de las 12 horas? Sí, lo conseguí. En 7 horas y 22 minutos había cruzado la meta. En la posición 21 de 68 mujeres y cuarta de mi categoría. No solo me sentía orgullosa de lo que había conseguido. Sentía algo mucho más allá de eso.
Superé un reto personal que me parecía realmente imposible de alcanzar. Y cuando por fin fui consciente de ello solo podía pensar: el año que viene pienso repetir.
La camiseta de Inverse respondió a la perfección: tejido cómodo y transpirable y ni rastro de roces. Tuve que cambiármela por el sudor en mitad de carrera con lo que ya estoy pensando en hacerme con una segunda camiseta para estos casos.
Con la barriga llena, una ducha fría encima y por fin descansando, solo quedaba esperar tranquilamente a mis compañeros de MTB a que llegaran, felicitarlos y celebrar que éramos capaces de superar retos impensables.
A cada kilómetro que recorro en el monte, más convencida estoy de que es mi territorio. Y con la emoción que siento tras contaros esto, espero que me permitáis deciros que esta no será la primera ni la última maratón de montaña.
¿Próxima parada? Pronto lo sabremos…
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