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En alguna ocasión me han preguntado ¿cómo se mide la felicidad? Cada día que paso corriendo por montaña, tengo más claro que mi felicidad se mide en kilómetros disfrutando del monte y su naturaleza.
El pasado 25 de febrero tocó comenzar de nuevo circuito de Trail Galaica en Ames y este año, sí o sí, y cruzando los dedos, me gustaría poder completarlo entero.
Dado que, en septiembre, si todo va bien, me va a tocar enfrentarme a lo que sin duda es MI PRUEBA DEPORTIVA hasta la fecha, y lo pongo en mayúsculas porque aún no me lo creo, me toca una temporada de trail marcada por muchos, muchos kilómetros en la montaña.
Ames, o el trail del río. Desde Ponte Maceira con llegada al Real Aero Club de Ames. Y 27 kilómetros de puro monte con un desnivel acumulado de unos 1500 metros.
Una de las primeras cosas que te preguntan cuándo vas a un trail es: ¿y cuánto desnivel tiene? Porque más allá de los kilómetros que recorramos, el desnivel para mí es lo que realmente marca la diferencia de un trail suave, duro o directamente rompe piernas y demoledor, de esos que te dejan KO el domingo entero y parte del lunes.
Ames pintaba duro. Para nada suave. Y dado mi estado de forma al comienzo de la temporada, me di cuenta al comenzar la jornada del lunes, de que para mí había sido casi demoledor.
La salida tenía lugar en Ponte Maceira, pero un rato antes debíamos dejar las mochilas y el coche en el Aero Club.
Junto a mis compañeros Pablo y Ave (y la tranquilidad que les caracteriza), cogimos los dorsales y sin prisa, pero con más de una pausa, dejábamos las cosas en el coche, colocábamos dorsales y poníamos rumbo a la zona de autobuses.
De repente vimos pasar a uno. “No pasa nada, vendrá otro”, decía Ave. Y entonces pasó otro. “No pasa nada, volverá a recoger a los últimos”, comentó Pablo.
Yo, que me reconozco un poco nerviosa de las salidas en los trails y es que odio llegar tarde, mosqueada escuché como una voz en la lejanía preguntaba: “¿Vais al trail? Ese era el último autobús”. (¡¡¡Qué!!!)
Despedimos en un segundo la tranquilidad y arrancamos el coche rumbo a alcanzar al último autobús. Fernando Alonso a nuestro lado en ese momento, no nos alcanzaría.
Cuando por fin le dimos caza, tuvimos que esperar los 5 minutos más eternos hasta que pudo dar la vuelta para dejar Ponte Maceira.
Para cuando conseguimos aparcar, escuchábamos los últimos consejos sobre el trail y nos tocó correr y esprintar para llegar a la salida. Yo con eso…, ya había calentado suficiente.
Con un tiempo espectacular pusimos rumbo despacio, pero sin pausa hacia la meta. Nos esperaban 27 kilómetros y tanto los compañeros del trail corto como del largo íbamos juntos.
Todo el mundo me pasaba. Sí. Me lo tomé con mucha tranquilidad. Reconozco que en mi cabeza lo único que sonaba era: “quedan muchos kilómetros, vamos a por los 10 y luego ya veremos”.
Lo cierto es que los primeros 8 kilómetros bordeando el río fueron para mí los más bonitos. Un poco de tapón en algunos puntos, pero disfrutando del entorno que ya conocía y que estaba encantada de repetir.
Llegamos a los 10 kilómetros y aunque iba despacio, me encontraba bien. Sabía que lo peor llegaría a partir del kilómetro 15 y estaría “caput” a partir del 20.
Lo bueno de conocer tu cuerpo es que sabes cuánto puedes dar. Lo malo es que sabes perfectamente cuando vas a colapsar (ouch!).
A pesar de haber corrido unas semanas antes el Trail dos Penedos, este trail me estaba resultando duro. Y a pesar de tomármelo como de costumbre a #miritmoSlow, notaba las piernas como si pesaran 50 kilos cada una.
Y allí estaba. De repente. Tan “bonitos” como siempre. Un cortafuegos que me quitó el sentido.
Ahí es cuando Pablo se percató de que tenía más fotos en posición de “botijo” que erguida. Puede que no sea tan mala idea captar mis poses botijo de cada trail, que son muchas y casi siempre hacia el final y en corta fuegos o cuestas bonitas.
No llegué a sentirme tan mal como en aquella pájara que me dio en el Trail Fragas do Eume dónde me llegué incluso a marearme, pero en Ames me faltaban fuerzas para acabar. Estaba claro que me iba a tocar entrenar mucho las patas.
Pero el paisaje curaba todos los males y las vistas en lo más alto eran otro cantar.
Entonces recuperaba algo de aliento, trotaba a duras penas, intentaba seguir a Pablo (algo imposible ya que iba fresco como una rosa) y con la lengua fuera miraba a lo lejos cómo de nuevo las cuestas me miraban desafiantes.
“¿Eres Irene?”, me preguntaron una vez unos kilómetros antes de llegar a meta. “Sí, respondí”.
No entendía muy bien por qué un voluntario me preguntaba el nombre, hasta que el segundo me preguntó de nuevo y me comentaba: “Nos han dicho que vas cerrando la carrera”. ¡Viva! Era el coche escoba.
En ese momento lo cierto es que respiré tranquila. De repente descargué mucha presión. Iba última y derrotada, pero pensaba llegar al final y en ningún momento se me pasó por la cabeza abandonar.
Reconozco que tengo la cabeza muy bien amueblada en ese sentido y no me jugaría nunca mi salud por terminar un trail, pero realmente no estaba sin gasolina.
Me fallaban un poco las fuerzas en las piernas, pero podía llegar perfectamente al final.
Y ahí estaba, la ÚLTIMA cuesta que nos llevaría a meta.
En mi posición botijo hasta la cima, ya me iba despidiendo de Ames hasta el próximo año y enfilando los últimos metros hasta el final, visualizaba a mi compañero Ave que había llegado unos minutos antes a meta.
Casi cuatro horas y media en los montes de Ames.
Cansada pero muy orgullosa de afrontar una nueva temporada de trail que pinta cargada de mucha montaña y creo que, midiendo mi felicidad en kilómetros por el monte, puedo decir que me siento feliz. Muy feliz.
Test de producto: BASE 25, vaselina deportiva